sábado, 19 de abril de 2014

Érase una vez un ángel en la tierra...


Y parecías ángel
nebuloso, atormentante
sediento de mi,
caliente un resplandor
entre olores terrestres,
entre el polvo y la tierra,
entre árboles y niebla.
Y parecías ángel
y no podía dejar de mirarte
te ibas borrando...
Me aferré, no podía dejar de beber
un olor terrible, atrayente
y el recorrido de mi cuerpo
sonreía, languidecía. 
Dejarte, dejarme, dejarnos...
ir por el aire,
luna caliente, saliente, brillante,
tristemente caliente.
Trajinaste un mundo
esa languidez servil,
el temblor del cuerpo
acorralado al tacto,
posesión de lo ajeno,
un juego y ya nada
desconocidos y nada,
solo un momento caliente bajo la luna,
entre el cielo entrecortado de árboles y
nada...